El
cielo lo proclama
En la
luna, en las estrellas,
En
planetas que adornan
Las
galaxias tan inmensas.
Es un
grito en el relámpago,
Un
murmullo en el riachuelo,
Inaudible
es en la hoja
Que
flotando cae al suelo.
La
hormiga lo anuncia
De
manera silenciosa,
Ateniéndose
a su fila
En su
marcha rigurosa.
Su
heraldo es la araña,
Que
desciende cual princesa
Sobre
finos cordoncillos
Que
atraparon a su presa.
Es el
león que lo divulga
Con
bostezo majestuoso,
Descansando
en la sabana,
Observando
sigiloso.
Se
distingue en la escultura
Del
artista apasionado,
Que
tras dos mil martillazos
Finalmente
ha terminado.
Es la
música que brota
Del
razguear de la guitarra,
Que
se entona, aquella noche,
Acompañada
de chicharras.
Está
en el clak desordenado
Que
produce el escritor
En su
máquina; entregado
Por
completo a su labor.
Se
encuentra en todas partes,
Es
visible—es palpable—
Imposible
es de evadir,
Es
audible—es gustable.
Lo
que el universo anuncia,
Lo
que grita en su esplendor,
Lo
que no puede callar...
¡Es
la gloria del SEÑOR!
Una
gloria tan inmensa,
En el
mundo incontenible.
Y por
más que se ha intentado,
Sigue
siendo indescriptible.
Oh,
Señor, ahora te pido
Que
me ayudes a dejar,
Todo
aquello que esa gloria
No me
deje reflejar.