Todos
sufren. Inclusive los creyentes. Algunos más, otros menos, pero el sufrimiento
es una característica universal de la humanidad que no respeta sexo, edad, o
clase social.
Tan
sólo este domingo pasado escuché el testimonio de varios hermanos de la iglesia
que están pasando por terrible dolor.
Los
apóstoles sabían lo que era el sufrimiento. Pablo detalla en 2 Cor. 11:23-33 sus muchos sufrimientos.
En
cuanto a los demás, la historia dice que los apóstoles murieron todos como
mártires, excepto Juan quien murió exiliado en una isla.
Así
que la Biblia no huye del tema. Más bien, abundan los ejemplos de sufrimiento.
Y no olvidemos a nuestro Jesús, el “varón de dolores, experimentado en
quebranto” (Is. 53:3).
A
veces olvidamos que Cristo encarnado es completamente humano. Su dolor fue
real. Su angustia en Getsemaní—verdadera. Sus lágrimas, no fingidas.
¿Y
cómo puede el Cristiano pasar por todo esto? La esperanza. Pablo escribe:
“...por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios
viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen”
(1 Tim. 4:10).
El
creyente está dispuesto a pasar por tribulación porque firmemente cree en un
Dios Salvador. Y éste Dios es un Dios viviente.
No es un Dios hipotético. Es un Dios real.
El
Cristiano puede decir: “Yo sé que mi redentor vive, y al fin se levantará sobre
el polvo” (Job 19:23)
Así
como Cristo triunfó sobre el sufrimiento, el creyente triunfará también, “Pues
los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria
eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento” (2 Cor. 4:17, NVI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario