“Una gran cantidad de vergüenza y convulción social puede ser pulcramente evitada al seguir un sólo
precepto en la vida: no digas mentiras”.[1]
Estas palabras vienen de la pluma de Sam Harris, el famoso ateo, doctor en
neurociencia y autor de inumerables libros en contra de la religión y la fe.
Cuando vi que había
escrito un ensayo titulado, Lying
(Mintiendo), me interesó bastante así que decidí leerlo. Harris es un buen
escritor, y debo decir que disfruté el ensayo. Él escribe: “La mentiras son el
equivalente social de desechos tóxicos—todo mundo es dañado potencialmente por
su esparcimiento”.[2]
Mi principal interés al
leer su ensayo era encontrar en dónde basa su creencia de que decir la verdad
siempre es mejor que mentir. Harris, obviamente, no cree en Dios, así que su
estándar moral no viene de Él. Harris escribió un libro titulado The Moral Landscape (El Paisaje Moral),[3]
en donde arumenta que la moralidad no es relativa y que la ciencia nos puede
decir cómo debemos comportarnos moralmente. Creo que está equivocado, pero eso
será para otro artículo.
En Lying, los argumentos que Harris da son simplemente pragmáticos.
Por ejemplo, Harris argumenta que mentir trae tristeza,[4]
daña las relaciones personales y la confianza pública,[5]
trae sufrimiento y verguenza,[6]
etc. Por ejemplo, Harris escribe que “al comprometernos a ser honestos con
todos, nos comprometemos a evitar una gran variedad de problemas al largo plazo,
pero con el costo de desconfort ocasional y de corto plazo”.[7]
Harris argumenta que debemos decir la verdad siempre (habla en contra de las
mentiras “blancas”) porque decir la verdad es mejor que decir mentiras. Decir
la verdad trae más alegría que decir mentiras. No me parece un argumento muy
convincente, ya que muchas personas podrían decir que son más felices a
consecuencia de mentir. Sólo pregúntenle a cualquier estafador.
-:-
Últimamente he estado
viendo un programa titulado Lie to Me (Miénteme).
La premisa del programa es que uno puede saber cuándo otra persona está
mintiendo tan sólo al ver los movimientos del cuerpo, como tics, pupilas
dilatadas, o otros tipos de movimientos involuntarios.
El cuerpo, por alguna
razón, reacciona al mentir. Para que una persona pueda mentir sin que su pulso
se acelere, comienze a sudar, o mueva el cuerpo de cierta manera, necesita
entrenamiento extenso o ser un psicópata. Es por eso que existen detectores de
mentiras. Esto dice algo bastante interesante: el cuerpo humano sabe que mentir es malo, y en base a este
conocimiento reacciona de cierta manera.
La pregunta es, ¿por
qué? ¿De dónde viene esa percepcion moral y automática que hace reaccionar al
cuerpo de manera involuntaria cuando miente? Si en nuestra mente hemos decidido
mentir, ¿por qué nos traiciona el cuerpo en contra de nuestra voluntad?
La Biblia tiene la
respuesta a estas preguntas. Los humanos somos hechos a la imagen de Dios (Gen
1:26), y por lo tanto somos un reflejo—si bien manchado por La Caída—de Dios. Dios
es un ser moral, y Él no puede mentir (Num 23:19). Nuestro cuerpo sabe que
mentir es malo porque ésta información está incrustada en nuestra esencia.
El Cristiano sabe que
mentir es malo porque hacerlo va en contra de nuestro Creador. Él, Dios, ha
mandado a sus hijos que no mientan: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad
verdad cada uno con su prójimo” (Ef 4:25; ver Mt 5:37). Estoy de acuerdo que
decir siempre la verdad lo hace a uno, al final de todo, feliz. Pero el por qué
debemos hacerlo va más allá de ello. Tiene que ver con nuestra creación y
nuestro Creador.
Sin embargo, hay una
legítima objeción a esto. Si la Biblia enseña que tenemos incrustada en nuestra
esencia un código moral que ha sido puesto allí por Dios; y que éste código
moral nos insta a decir siempre la verdad, de modo que el mismo cuerpo
reacciona cuando mentimos... ¿de dónde viene la mentira? ¿Qué no, entonces,
Dios puso en nosotros también la capacidad, e inclusive la necesidad de mentir?
La respuesta no es
facil, pero satisfactoria. Brevemente mencioné La Caída. Éste título se le da
al evento narrado en Génesis 3 que ocurrió en el Jardín del Edén. Dios enseña
que cuando Adán, nuestro representante, pecó, la humanidad “cayó” en pecado con
él, y entró en nuestro ser la capacidad para hacer el bien y el mal. Nuestro
ser, entonces, aunque originalmente fue diseñado para hacer el bien siempre,
ahora tiene la capacidad, e inclusive la propensidad, a pecar. Nuestro ser
entero es habitado por el mal a causa de La Caída, y es de allí, de nuestro
propio ser, de donde salen las verdades y las mentiras, lo bueno y lo malo (ver
Lk 6:45). Sin la gracia de Dios, y sin el poder transformador de Cristo Jesús,
es imposible hacer el bien siempre y agradar a Dios.
En conclusión, como
Cristianos debemos saber que decir la verdad siempre es mejor. La razón por la
que que lo hacemos no es meramente pragmática—porque nos evitará vergüenzas, o porque
tendremos mejores relaciones interpersonales—sino porque es un mandato de Dios,
y hemos sido diseñados para ser como Él. En algo estoy de acuerdo con Harris.
Decir la verdad nos hace felices. Pero esa felicidad proviene de nuestro ser,
porque nuestro mismo cuerpo sabe que fue creado para reflejar al Creador, y
nunca somos tan felices como cuando reflejamos a Dios.
1 comentario:
Ahora se como funcionan los detectores de mentiras. Buen post, saludos!
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