Me desperté a las
7:18 de la mañana. La noche anterior había puesto tres alarmas, a las 6:50,
7:00, y 7:10. Vagamente recordaba haber escuchado una. Mi primer pensamiento
fue, “No es justo”. Me quedé en la cama unos treinta segundos enojado conmigo
mismo, cuando un pensamiento vino a mi mente: “No dejes que esto te arruine el
día. Tu satisfacción es Cristo”.
Me levanté de la
cama y encendí la cafetera, me di un regaderazo express y me cambié
rápidamente; la meta era llegar a tiempo a la clase de las ocho.
Antes de salir
vacié el café en mi taza y estaba tan caliente el vapor que moví la mano para
evitar quemarme y derramé café en el buró. Sentí que el termómetro de mi
temperamento subió uno o dos grados. “No hay problema”, pensé. Corrí al otro
buró, tomé un kleenex, limpié el café, y salí de mi cuarto a toda
velocidad.
Al llegar al salón
y sentarme, recordé que había dejado mi libro en el librero. La prueba iba a
ser de ese libro, y ahora no tenía con qué repasar. Hmm. Luego recordé
que no había terminado la tarea en línea. Lo había olvidado por completo. El
termómetro temperamental comenzó a subir de nuevo, pero entonces me di cuenta de que, quizá, Dios
tenía un plan diferente para mi día. Estaba siendo tentado a enojarme, pero
podía resistir (1 Cor 10:13). “No dejes que esto te arruine el día. El
propósito de la vida no es sacar un cien en la clase sino glorificar a Dios”.
La cosas tal vez
iban un poco mal (aunque, en realidad, iban exactamente como Dios quería), pero
mínimo tenía mi café. Ahhh, mi café. Le di un sorbo o dos. Al ponerlo de
nuevo en la mesa frente a mí, noté que goteaba un poco. Entonces supe. Mire
hacia abajo.
Rayos centellas
recórcholis truenos y relámpagos.
Había tres manchas
de café en mi camisa. ¡Noooo! “No es justo,” pensé. “Ahora me voy a ver como un
menso. Me voy a tener que cambiar, y ésta es la camisa chida que me gusta, que
va bien con el pantalón y el… bueno, Emanuel, tranquilo, el propósito en la
vida no es verte bien sino…. ¡Pero mi camisa!… No, el propósito en la
vida es glorificar a Cristo inclusive con mis actitudes”. Fue difícil. Muy
difícil. Tenía ganas de golpear mi cabeza contra la mesa sin importar lo que
pensaran mis compañeros. Vaya día. Era como levantarse con el pié izquierdo
sólo para golpearse el dedo chiquito contra la pared.
Tuve que tomar una
decisión. La decisión de dejar que las situaciones arruinaran mi día, o dejar
que Cristo fuera mi satisfacción y gozo.
Déjame
preguntarte: ¿Qué arruina tu día? ¿El tráfico; un comentario ofensivo; una
llanta ponchada; una mala nota en una clase; malos resultados en el trabajo?
Haz una lista mental.
¿Qué arruinaría tu
vida? ¿La muerte de una persona querida; la pérdida de alguna posesión; cáncer;
alguna discapacidad?
¡Tu satisfacción
debe ser Dios! Mira lo que dice Jeremías 2:13, “Porque dos males ha hecho mi
pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas,
cisternas rotas que no retienen agua”. Cualquier cosa—y en serio lo digo, pues
lo dice Dios—que esté reemplazando a Dios como la fuente de satisfacción no es
más que una cisterna con una fuga. Es decir, puede que te traiga satisfacción
momentánea, pero al final te vas a levantar un día y la encontrarás vacía. No
estoy diciendo que tengas que sentirte insatisfecho con tu trabajo, educación,
o posesiones, sino que te dejarán vacío si en ello buscas la esencia de tu
satisfacción.
¿Cual es la
solución? Cristo dijo, “Por lo tanto, busquen primeramente el reino de Dios y
su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33, RVC). Busca
el Reino de Dios, y no tu propio reino. Busca su justicia, su piedad, y no tu
propia satisfacción. ¿Y lo demás? Lo demás viene como bonus.
Así qué… ¿qué arruina
tu día? La respuesta puede que te suene radical. Pero sólo hay una respuesta
correcta: nada debe arruinar tu día.
¡Nada! ¿Por qué?
Porque tu satisfacción es Cristo. Porque tu día es excelente no porque sacas un
100% o porque te dan un aumento en el trabajo, sino porque eres hijo de Dios,
co-heredero del Reino, salvo por gracia, en camino al cielo. Porque tienes un
Padre que te ama y que se comunica contigo. Porque sabes que, sin importar qué
tanto te duela el golpe en el dedo chiquito, no se compara con el gozo de
conocerle a Él, de ser partícipe de un amor incomprensible que completamente te
llena (Ef 3:17-19).
Al final, llegué a
tiempo a la clase, saqué un cien en la prueba, la corbata que me puse cubrió
las manchas, y el café… bueno, el café estaba más amargo de lo que me hubiera
gustado, ¡pero qué importa! Tengo a Cristo.
1 comentario:
Excelente post! Animo mi buen. Saludos.
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