Braulio levantó las
manos y dijo, “¡Gané!”. Le dije que era mi turno. Tomé una roca del
suelo y la lancé hacia la tapa de una tina de pintura que habíamos
puesto en el suelo. El punto del juego era lanzar una roca hacia la tapa
y que cayera dentro, sin salirse del círculo.
Braulio, de acuerdo a
su propio testimonio (levantó dos dedos cuando le pregunté), tiene dos
años y vive en un barrio de remolques junto con su pequeño hermano, su
mamá y papá. El barrio es pobre y algo sucio,aunque he visto mucho peores. He estado
visitando este barrio junto con varios amigos los sábados por la mañana
para tener un club bíblico y compartir el evangelio. Como la semana
pasada se canceló la ida, un amigo y yo visitamos en martes.
Nos estacionamos en el
parque, en donde hay una cancha de básquet con sólo una canasta, una
mesa de madera muy vieja que usamos los sábados para el club, unos
columpios y algunos otros juegos. Fuimos primero a tocar a la casa de
don Rafael, pero nadie abrió la
puerta. Lo visitaremos de nuevo, ya que la semana pasada le dejamos una
Biblia en su buzón y esperamos que la esté leyendo.
Caminamos, entonces, y
tocamos en varias casas sin éxito, hasta que por fin llegamos a una
donde nos abrió una señora, y al instante salió de la casa Braulio, con
su camisa celeste con un balón de futbol dibujada en el centro.
Mi amigo le entregó un
folleto a la señora y comenzó a compartirle el evangelio, pero ella se
distraía mucho porque Braulio andaba corriendo por todos lados, e
inclusive se subió al auto detrás de nosotros, caminó por el techo, se
bajó por el cofre, y repitió su hazaña varias veces, asegurándose de que
lo viéramos.
Decidí
jugar con él. Como no traía conmigo dulces, globos, libros, ni siquiera
un truco de magia, tomé del piso la tapa verde y jugamos al frisbee.
Después de unos diez minutos, Braulio se aburrió y decidió que lanzar
piedras era una mejor idea. El problema es que las lanzaba hacia arriba y
caían peligrosamente cerca de su propia cabeza, así que modifiqué el
juego, y terminamos jugando a “lanza la piedra a la tapa sin que se
salga de ella”.
“¡Gané!”
me decía cada que lanzaba la piedra y ésta no salía de la tapa. (Claro,
la lanzaba a unos cuantos centímetros por encima de la tapa, pero
bueno). Luego para su sorpresa hice “desaparecer” varias veces la piedra
en mi mano, así que él intentó imitarme varias veces, fingiendo poner
la piedra en la mano pero manteniéndola en la otra, para luego gritar,
“¡Dapareció!”. “Sí, desapareció” le confirmé.
Jugamos como por unos
diez minutos más. Escuché que mi amigo terminaba la conversación. El
esposo de la señora le había subido bastante al volumen de la TV, de
manera que podíamos escuchar claramente la narración del partido de
futbol. Tal ves era su forma de molestar a mi amigo; quizá intentaba
distraer a su esposa; o puede que simplemente tiene problemas auditivos,
pero aún así mi amigo siguió con su conversación hasta terminar.
“Ya me voy, Braulio”.
Él me miró. No sé si feliz o triste, no pude descifrar su mirada. “Pero
tú ganaste” le dije. Pronto me alejé de allí, pensando en Braulio, su
pequeño hermano, su mamá y su padre enviciado con la TV. No tengo idea
de que clase de familia es la de éste pequeño, pero espero que se
conviertan a Cristo, de lo contrario no sé qué tan feliz será la
infancia de Braulio y su pequeño hermano. Cuando miré atrás, Braulio nos
decía “adiós” con la mano. O tal vez “nos vemos pronto”.
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